En 2007, Uruguay presentó el ambicioso Plan Ceibal. Con el objetivo de disminuir la brecha digital, el Estado anunció la entrega de más de 400.000 netbooks modelo XO a 450.000 docentes y alumnos de la escuela primaria. En esta ocasión conversamos con Pablo Harari –director de la editorial Trilce e integrante activo de la Alianza Internacional de Editores Independientes– acerca del impacto que este y otros proyectos de inclusión tecnológica tendrán en el mundo editorial latinoamericano.
1. ¿Podrías presentar brevemente tu recorrido profesional y el perfil de Trilce?
Soy co-fundador y director de Ediciones Trilce. Antes de fundar Trilce en 1985, había trabajado durante varios años en la distribución de libros en Francia. Trilce ha publicado un millar de títulos y participa del movimiento de editoriales independientes desde finales de los años noventa.
En mi carácter de director, he participado de varias iniciativas en ese sentido –Editores Independientes, Biblioteca Intercultural, Alianza Internacional de Editores Independientes, entre otros. Me desempeño también como director suplente en la Cámara Uruguaya del Libro. Trilce es una editorial centrada en las ciencias sociales y en la literatura infantil y juvenil.
2. Gracias al Plan Ceibal, Uruguay ha sido uno de los países latinoamericanos más activos en la tarea de reducir la brecha digital. ¿Cuál es tu balance de esta iniciativa, con sus luces y sombras, cinco años después de su implementación?
A decir verdad, cuando nos referimos a la educación, cinco años no es un lapso que permita sacar conclusiones definitivas. Indudablemente, el hecho de que todos los niños de la educación pública tengan una XO –computadora portátil concebida específicamente para tal uso– repercutirá fundamentalmente en la relación del niño con la herramienta, pues éste desarrollará las habilidades –y los vicios– que su uso implica. Se producirán cambios vinculados con los hábitos de lectura –y escritura–, así como un acondicionamiento a nuevas maneras de razonar y comunicarse.
Estudios recientes hacen más referencia a los resultados alcanzados en la integración social de los niños y sus familias que a los efectos en la educación. En efecto, familias que no tenían computadora ahora cuentan con una –dotada de amplia conectividad–, lo que facilita la integración, la comunicación con familiares y amigos, el acceso a la información, los trámites administrativos, etc.
Respecto de la educación en sí misma, se constata que hay poco material disponible para las clases y que la relación de los docentes con las XO ha sido difícil –el sistema se implementó con prescindencia de los docentes–, algo que deja muchas tareas pendientes para el futuro.
3. Recientemente, el gobierno uruguayo ha entablado conversaciones con editoriales para obtener libros de literatura infantil/juvenil para las computadoras del plan. ¿Ves aquí una oportunidad interesante para los editores locales?
En líneas generales, las compras de libros por parte del Estado no sólo representan una necesidad para las bibliotecas y centros educativos, sino que constituyen un aliciente para la investigación y la creación. Lamentablemente, el Estado uruguayo no asigna recursos para la compra de libros salvo en casos puntuales, excepcionales y con bajísimas tiradas. Las bibliotecas son un desastre y se alimentan con donaciones. Un proyecto muy interesante –proveniente de la Educación pública– de creación de bibliotecas “mínimas” de literatura infantil y juvenil para 2.400 escuelas, con un ejemplar de 90 títulos diferentes, terminó abasteciendo a apenas unas 300 escuelas con unos 50 títulos, por “falta de fondos”, y con el argumento subyacente de que podían sustituirse por libros digitales.
Efectivamente, el Plan Ceibal –que no depende de Educación pública– propuso la compra de esos 90 títulos en formato digital con anterioridad a la compra de los 300 ejemplares, utilizando sus propios recursos, para incluirlos en su plataforma: así, los niños podrían bajarlos durante un plazo determinado y con imposibilidad de imprimir o copiar.
Sin entrar en la diferencia que hay entre un libro tradicional y un libro digital ni en sus ventajas y desventajas, lo que sí podemos afirmar es que actualmente y en particular para la literatura infantil, no son sustituibles: el acceso a uno y otro debe complementarse.
Los editores y el Plan Ceibal plantearon desde un principio que este Baúl de libros –tal era el nombre del sitio– significaba un primer paso y que habría que aprender en la marcha para las adquisiciones futuras.
En Uruguay no hay ninguna plataforma nacional de venta de libros digitales. Los escasísimos títulos que se encuentran en Libranda no pueden ser adquiridos en el país; en Amazon se cuentan con los dedos de una mano los libros de editoriales uruguayas; las editoriales no venden libros digitales en sus sitios; la venta de lectores electrónicos es insignificante y sólo en los últimos meses se disparó –de modo vigoroso– la venta de tabletas. En síntesis: el mercado del libro digital en Uruguay es prácticamente inexistente, de modo que la compra realizada por el Plan Ceibal partía de “cero experiencia”, tanto para el adquirente como para los editores.
Los problemas surgieron esencialmente en dos áreas: a) la tecnológica y b) la económica.
a) Los editores ofrecieron archivos en PDF y el Plan Ceibal debía encontrar un formato adecuado para las XO –había que tener en cuenta el tamaño específico del monitor, el proceso de encriptación, el peso del archivo, el período de uso, etc. Esto se resolvió con dificultades, cambiando el formato de los libros para adaptarlo a los pequeños monitores, se mantuvo en formato de archivo PDF y se creó una aplicación –exclusiva para las XO– que permite desencriptar los libros una vez descargados. Esta aplicación tiene una duración de tres años: luego el sistema borrará los libros de las XO.
La manipulación ocasionó “corrimientos” de textos, mala disposición de los párrafos en la página, ubicación fuera de lugar de las ilustraciones, así como otros inconvenientes que hubiese sido sencillo subsanar y que –probablemente por la falta de experiencia en diseño editorial de quienes debieron cambiar el formato– generaron numerosas idas y venidas.
Hay que tener en cuentas que estos libros digitales son subproductos de ediciones tradicionales que no habían sido concebidas para una eventual conversión a formato electrónico. Comprendimos que al realizar una edición tradicional debemos tener presente el posible cambio a formato digital y aprendimos a utilizar los recursos previstos para esos fines en los programas de diseño. Actualmente, una parte de los libros están disponibles en el sitio y otros en proceso.
b) Desde el punto de vista económico, se presentaron dos problemas principales, muy relacionados entre sí: cómo se fijaría el precio de venta de cada libro electrónico y cuál sería la tasa de regalías a pagar a los autores. Constatamos que la venta global con una potencialidad de acceso para más de 400.000 computadoras era casi una primicia en el mundo editorial de habla castellana. No encontramos antecedentes que pudieran darnos pautas. Vimos que los precios de los libros digitales en venta –aquellos que son subproductos de ediciones tradicionales– se fijaban en función del mercado y no de los costos de fabricación y que variaban de país en país e incluso de día en día. Descartamos un precio relacionado con el número de usuarios, ya que el Plan Ceibal no permitía contabilizar los accesos; así, era muy difícil efectuar un cálculo basado en el mero dato de la cantidad de XO.
Finalmente –y como resultado de un “regateo” entre el presupuesto del Plan Ceibal y el monto planteado por los editores– se llegó a un precio que el organismo paraestatal planteó que debía ser igual para todos los títulos –independientemente del autor, de si tenía o no ilustraciones, de su extensión, etc. Los editores tuvieron en cuenta el aspecto educativo y social del proyecto y renunciaron a ciertos reclamos que quedaron como aporte al Plan Ceibal.
En cuanto a los derechos de autor, muchos editores tenían en sus contratos cláusulas que preveían la cesión de derechos para el ámbito digital, en algunos casos a la misma tasa de regalías que para los libros tradicionales y en otros pocos, a una tasa superior. El resto tuvo que negociar con sus autores.
En líneas generales, se adhirió a una tasa del 25% de regalías para ventas globales. Muchos modificaron al alza sus contratos, otros hicieron nuevos contratos, otros no llegaron a acuerdo y no vendieron los libros. Es interesante señalar que algunos autores actuaron colectivamente para defender sus posiciones, lo que suscitó una discusión que aun no ha finalizado.
4. Por tu vasta experiencia en ferias y encuentros de editores regionales, ¿qué futuro considerás que tendrá el libro digital –o la industria de las publicaciones electrónicas en general– en el largo plazo, en América Latina? ¿Qué desafíos, qué oportunidades?
El libro digital es sin dudas un avance tecnológico que en ciertas áreas se desarrollará sin retorno. En otras, el impulso actual –lubricado por intereses comerciales no relacionados con los contenidos, sino con “electrodomésticos” de lectura, publicidad en las páginas de Internet, productos anexos– se acomodará a los hábitos de lectura que están en transformación. Habrá una cohabitación que se ajustará a dichos hábitos. Es muy difícil predecir el proceso de cambio, pero no habrá menos lectura y escritura. También resulta complejo anticipar los nuevos desarrollos tecnológicos que pueden transformar al libro digital –monitores híbridos de tinta electrónica y LCD, por ejemplo.
Desafíos: aprender las técnicas nuevas, aunque sin descuidar las que se han empleado hasta hoy; no dejar de enfocarse en los contenidos; evitar caer en manos de monopolios centralizadores; buscar alianzas para descentralizar; no rebajar el rol cultural y el valor simbólico del libro.
Oportunidades: especializarse en lo que hacemos ahora; mejorar el libro no digital; profesionalizarse; optimizar los recursos para la difusión. Mientras el desarrollo del libro digital encuentra su cauce, debemos defender el instrumento del libro tradicional, tan probado, para que se democratice su acceso y tenga una mayor difusión, defendiendo la bibliodiversidad.